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Javier Milei: Semblanza del Rothbard Austral

27/11/2023

En el tablero de ajedrez de la política argentina, un juego jugado con fervor e intensidad en el corazón del hemisferio sur, las piezas habían permanecido estáticas durante mucho tiempo. La junta estaba monopolizada por un caleidoscopio de coaliciones progresistas y de izquierda: incondicionales de administraciones pasadas que se aferraban al bastón del poder dentro de las almenas de la Casa Rosada, el palacio presidencial con vistas a la Plaza de Mayo. Sin embargo, en 2023, este cuadro político fue trastornado por un inconformista de la Generación X, un hombre cuya melena despeinada y patillas pobladas al estilo de Elvis Presley desmentían su influencia disruptiva. Javier Milei, el outsider, el intruso, irrumpió en escena con una floritura, un torbellino de excentricidades y estratagemas audaces que dejaron al status quo Kirchnerista —que no peronista— no sólo derrotado, sino desconcertado. Sus travesuras eran tan extravagantes como variadas: desde vestirse de superhéroe para hacer la guerra contra el perenne espectro de la inflación que acecha la psique argentina, negando los excesos de las Juntas Militares que gobernaban su país, cantar covers de Los Rolling Stones, hasta montar sketches cómicos en televisión y radio. Blandió pizarrones como armas, delineando sus planes para recortar el gasto mediante una terapia de shock económico que parecía tan radical como resuelta. Sin embargo, debajo del espectáculo, debajo de la teatralidad, se esconde una ideología política que, según Milei, es tan potente como divisiva. Milei defendió el libertarianismo, un credo que trazó líneas de batalla claras en la arena.


De un lado estaban sus oponentes, a quienes describió como una "casta" corrupta de parásitos, que se engordan con las arcas del Estado mientras formulan políticas perjudiciales para la mayoría. Del otro lado estaba el propio Milei, con una motosierra en mano —un guiño al populismo y la demagogia sudamericanos, símil al del Chavismo queriendo freír “las cabezas de los adecos y copeyanos en aceite”—, jurando "destruirlos". Esta narrativa, impregnada del libertarianismo rothbardiano y de la economía de goteo al estilo Friedman, se hizo eco del mantra de la era Reagan del “Make America Great Again”. Fue una narrativa que resonó en un electorado que anhelaba un cambio, una ruptura con el status quo del Kirchnerismo. Fue esta narrativa, junto con la hábil navegación de Milei en referencias a la cultura pop y temas sociales delicados, lo que lo catapultó a la victoria. Ahora, como presidente electo de Argentina, Javier Milei se encuentra al borde del precipicio del poder, y su agenda reformista radical está a punto de remodelar el panorama político argentino. Sin embargo, antes de embarcarse en este viaje, nos corresponde a nosotros examinar al hombre y su mensaje. Colocar a Javier Milei bajo el microscopio y diseccionar los fundamentos ideológicos que impulsaron su meteórico ascenso: el de un hombre inestable al frente de un país inestable.


Quien es Javier Milei


Javier Gerardo Milei respiró por primera vez en la bulliciosa ciudad de Buenos Aires el 22 de octubre del año 1970. Hijo de un humilde conductor de autobús y un ama de casa con raíces arraigadas en la herencia italiana, los primeros años de Milei se desarrollaron dentro de los encantadores confines de Villa Devoto: el distrito adinerado, con sus calles bordeadas por una majestuosa procesión de árboles, era un testimonio de la grandeza de 1904, un distrito bonaerense erigido como refugio para la élite de inmigrantes italianos que se jactaban de tener grandes bolsillos.


Los primeros años de vida de Javier Milei estuvieron profundamente marcados por los austeros principios del catolicismo romano, un legado que continúa resonando en su retórica y marcaron a la postre sus escogencias en instituciones educativas. Detrás de las majestuosas puertas de las escuelas católicas privadas, se labró su camino académico, ganándose el apodo de "El Loco, El Loco". Este apodo fue un reconocimiento a su temperamento fogoso, su asertividad descarada y su comportamiento audaz —que no errático, impredecible e inestable.


Sin embargo, hay un giro irónico en su historia. Su padre, empleado a través del estado de bienestar del peronismo, un sistema que Milei critica con vehemencia, pudo pagar su matrícula en instituciones privadas administradas por la Iglesia Católica. Esto sirve como testimonio vívido de que el peronismo y sus consecuencias fomentaron una clase media floreciente que podía aspirar y lograr labrarse un futuro al costo de un clientelismo político de tintes parasitarios que evaluaremos más tarde.


Milei creció durante el Proceso –término empleado por las dictaduras militares suramericanas para definir sus gobiernos– de Reorganización Nacional. Sin duda, este período dejó en él una huella imborrable, moldeando su visión y su controvertida personalidad pública, porque llegó a trabajar en su edad adulta, como veremos, para uno de sus elementos. Sin embargo, estas facetas públicamente conocidas sólo tocan la superficie del hombre detrás de los titulares.


En la tranquila soledad de sus momentos privados, uno podría encontrar a un Javier Milei diferente. Un hombre que lucha con las contradicciones de su educación, cuestionando constantemente los ideales arraigados en él por su educación y su entorno. Un hombre que no sólo se define por sus asertivas, excéntricas, teatrales y desproporcionadas demostraciones públicas, sino también por su reflexión introspectiva y lo que presenta ante el público como luchas personales. Un hombre que, a pesar de su personalidad pública, sigue profundamente influenciado por los traumas y las austeras enseñanzas de su infancia, un testimonio del impacto que tienen los padres en los primeros años de cualquier niño. Estos mismos rasgos, nacidos del crisol de una educación turbulenta marcada por el abuso verbal y físico de manos de sus progenitores, servirían más tarde como el viento bajo sus alas, impulsándolo a los sagrados pasillos de la Casa Rosada, en una soledad que a lo largo de su vida, veremos como moldea sus escogencias, desplantes y excentricidades.

El argentino por excelencia, Milei abrazó el amor nacional por el fútbol —nacido en 1970, con 8 años escasamente recordaría a Videla sonreír de oreja a oreja la entrega de la Copa Mundial a la albiceleste en el Mundial de 1978—, e incluso juega como cancerbero de la portería en las ligas inferiores hasta el año 1989. Su trayectoria profesional dio un giro brusco hacia la economía, campo que se presentaba como un refugio, un desafío y su destino.

Estudia economía en medio del problemático panorama de hiperinflación bajo la presidencia de Raúl Alfonsín. Fue durante este período que Milei se sintió atraído por los principios de las Reaganomics, una economía vudú en la que la mano invisible del mercado hace lo suyo, y desde las aulas mira con interés los experimentos económicos de los Chicago Boys y Milton Friedman en el Chile Pinochetista.


Sin embargo, Milei no era un simple estudiante de economía; su apetito intelectual se vio estimulado por las teorías de la economía de goteo que dominaron Washington DC durante la era Reagan y en el Londres de Margaret Thatcher. También era un artista de corazón y encontraba consuelo y expresión en el ámbito de la música. Prestó su voz a una banda de covers de los Rolling Stones —allí halló su Gimme Shelter— como si buscara imbuir sus teorías económicas con el poder crudo y emocional del rock and roll.


Si la vida es un gran tapiz, pues Javier Gerardo Milei es un personaje de tonalidades extravagantes y contornos audaces. Un académico empapado de las doctrinas de la economía austríaca, que recorre los pasillos del Instituto de Desarrollo Económico y Social y de la Universidad Torcuato Di Tella. Inmerso en el banquete intelectual ofrecido por luminarias como Hayek, Friedman, Mises y Rothbard, surgió en él una visión del mundo que daría forma a su trayectoria profesional posterior.


En este juego de poder y prestigio de alto riesgo, la destreza intelectual de Milei llamó la atención del general Antonio Domingo Bussi. Para los liberales de izquierdas, el nombre de Bussi llevaba las cicatrices de violaciones de derechos humanos, un legado de sus acciones durante la Junta Militar. Sin embargo, en el laberíntico mundo de la política, Milei se encontró trabajando como su asesor durante el período en el que Bussi ejerce como gobernador de una provincia de la nación austral. Fue aquí, en el centro neurálgico de la intriga y la estrategia políticas, donde Milei realmente se inició en el arte de gobernar.


Atraído por el melodioso canto de sirena del sector privado, Milei atendió su llamado y sirvió bajo el ala protectora de Eduardo Eurnekian, un multimillonario armenio que llevaba la distinción, y tal vez la carga, de ser un acérrimo adversario de otra figura de inmensa importancia. riqueza e influencia, el ex presidente argentino y multimillonario Mauricio Macri. Esta rivalidad fue tan potente como tóxica, y Milei tomó las armas contra Macri durante su administración. Se podría aventurar que una lealtad tan feroz a Eurnekian vino con su propio conjunto de obligaciones: En el intrigante juego de ajedrez político que es la campaña de Javier Milei, las contribuciones no son simplemente una cuestión de escribir un cheque y enviarlo por correo. No, el proceso tiene muchos más matices y está envuelto en capas de burocracia e influencia corporativa. Si uno desea reforzar financieramente las ambiciones políticas de Milei, el camino conduce a Nicolás Posse, el gerente general de la Unidad de Negocios SUR de Aeropuertos 2000. Es por las manos de Posse que deben pasar los fondos de campaña, un testimonio de la red interconectada de negocios y política, esa que define la campaña de Milei.


Este hilo de participación corporativa no termina con Posse. De hecho, se extiende más allá, llegando a los escalones de los candidatos a senadores provinciales. Entre ellos destaca una figura que ocupa una posición de alto rango dentro del mundo de Eurnekian: un titán de la industria cuya influencia se ha filtrado en el tejido mismo de la política argentina. Así surge el panorama de la campaña de Milei, un cuadro complejo de ambición política, poder corporativo y estrategia económica.


Javier Milei es una figura solitaria en su vida personal, permanece soltero, soltero en un mundo donde el anillo de matrimonio a menudo se ve como una insignia de éxito. Quienes están al tanto de su mundo privado tienen escasa evidencia de enredos románticos. Su hermana Karina le sirve de baluarte emocional, un vestigio de su infancia compartida. Sin embargo, Milei dice no estar exento de pasiones. Lleva su experiencia en sexo tántrico como una medalla, deleitando a las audiencias de radio y televisión con historias de sus proezas sexuales durante su campaña política, una táctica que resuena entre los votantes sudamericanos que aprecian la narrativa machista.


A pesar de sus declaraciones derechistas, el estilo de vida de Milei podría fácilmente confundirse con el de un neoyorquino demócrata liberal que vota a Alexandra Ocasio-Cortez. Soltero, ve en sus compañeros caninos (Milton, Murray, Robert, Lucas y el difunto Conan, quien supuestamente lo instó desde más allá a aventurarse en la política) como su familia sustituta, les considera sus ”hijos”. Milei, con estos comportamientos confunde la imagen tradicional de una persona de clase media alta: Argentino católico romano de clase de ascendencia italiana con comportamientos y procederes en su vida personal dignos de un izquierdista de la Gran Manzana o la soleada y demócrata California.


Devoto incansable de su trabajo —porque adicto al trabajo furioso es quedarse corto—, el viaje de Milei desde asistente de Bussi en el Congreso lo llevó de regreso al sector privado. Sus actividades intelectuales encontraron un hogar en el mismo instituto educativo que había dado forma a sus años de posgrado. Esta endogamia académica permitió a Milei permanecer instalado en el entorno intelectual que apreciaba, nutriendo en el proceso a la próxima generación de pensadores económicos.


Habiendo estudiado al hombre, estudiemos su política.


Místico, esotérico y solitario, hemos diseccionado al hombre. Ahora, profundicemos en el ethos político que lo impulsa hacia la ilustre Casa Rosada. El leitmotiv que impulsado por un rotundo 56% del voto argentino lo lleva al poder. Javier Milei se encuentra al borde del precipicio del poder, blandiendo una agenda libertaria y anarcocapitalista moldeada por las enseñanzas de Rothbard, Mises, Hayek, Hoppe y afines, una ideología que a menudo se encuentra en el extremo receptor de contraargumentos propietaristas.


Bebiendo Kool-Aid del cáliz de la economía de goteo de la era Reagan (o "economía vudú", como la llaman algunos escépticos), Milei promete una transformación radical del panorama económico. Sus promesas de dolarización y recortes del gasto, aunque audaces, cortejan el espectro de la incertidumbre económica y la posibilidad de protestas masivas.

Argentina, después de todo, se enfrenta a una profunda crisis económica. En octubre, la tasa de inflación interanual se sitúa en un asombroso 142,7%. El Fondo Monetario Internacional pronostica sombríamente una contracción del 2,5% en el producto interno bruto del país este año.


La campaña de Milei se construyó sobre una base de promesas ambiciosas y difíciles de cumplir: Dolarizar la economía argentina, recortar drásticamente el gasto público, desmantelar las regulaciones y frenar la intervención estatal en un esfuerzo por estimular la inversión del sector privado.


En su discurso inaugural como vencedor de las elecciones, Milei pintó un panorama sombrío de la "situación crítica" de Argentina. ¿Su solución propuesta? Reformas rápidas y drásticas, evitando el gradualismo en favor de la acción inmediata. El escenario está preparado y, mientras Milei se convierte en el centro de atención, Argentina espera el desarrollo de su audaz experimento económico.


La ambigüedad, la soledad, la impulsividad y la ética del gueto son malos socios


Desde una perspectiva política, se puede considerar a Milei como una hija de nuestros tiempos: una descendencia nacida en el crisol de un espíritu de la época populista, de derecha y uberizado, post pandémico. Su base de votantes, en gran medida desilusionada por la mala gestión percibida de Alberto Fernández, Mauricio Macri, Néstor y Cristina Kirchner, está menos preocupada por las elevadas reflexiones ideológicas escondidas en las páginas de "El camino de servidumbre", "La acción humana" y "Hombre, Economía y Estado con Poder y Mercado". Más bien, su atención se centra firmemente en las realidades tangibles de la gobernanza económica.


La admiración de Milei por Donald Trump es reveladora. A pesar de que Trump es un hombre profundamente arraigado dentro del establishment, en sus propias acreciones, el expresidente de los EEUU es un miembro de la misma "casta" que Milei profesa aborrecer, encuentra algo que respetar. De manera similar, ha expresado admiración por Jair Bolsonaro, un astuto animal político experimentado que llegó al Palacio de Planalto aparentemente como reacción a la incapacidad del status quo para enfrentar las travesuras políticas —que no corruptelas— de Lula y sus compinches.


Milei surge así como una paradoja. Es a la vez un crítico del establishment y un admirador de sus figuras, un hombre que navega por las turbias aguas de la política con una brújula guiada tanto por la realidad pragmática como por la ideología intelectual, siendo estas últimas un imán al lado de la brújula a la que se enfrenta y que le pueden golpear como una loza de porcelana en la cara al enfrentarse a las circunstancias peculiares de las complejas redes incumbentes a la realpolitik de la nación austral


Panorama político complejo y el descontento por la aplicación de la terapia de shock económico


En el intrincado entramado de la política argentina, Javier Milei, el presidente recién elegido, se encuentra en una posición peculiar. Su retórica de campaña pintó un panorama de amplias reformas estructurales, pero la realidad de la modesta presencia de su partido en el Congreso puede servir como un contrapunto aleccionador. A pesar de la contundente victoria de Milei (derrotó a su rival por aproximadamente 12 puntos y aseguró victorias en todos menos tres de los 24 distritos electorales de Argentina), el poder legislativo de su partido es limitado. Con control sobre sólo 38 de los 257 escaños de la Cámara de Diputados y apenas siete de 72 en el Senado, el camino hacia la implementación de su ambiciosa agenda promete ser un camino cuesta arriba.


Un pilar clave de la plataforma de Milei, la dolarización oficial de la economía argentina, parece especialmente difícil de alcanzar en el corto y mediano plazo. Si bien ha reiterado su compromiso con esta causa, los obstáculos legislativos son un Everest político en plena tormenta que Milei como alpinista político pretende escalar a punta de la retórica que le dan sus libros que predican las Reaganomics.


Reemplazar el peso por el dólar estadounidense requeriría una ley del Congreso, algo casi imposible dada la composición actual de la legislatura. Además, tal medida probablemente requeriría una reforma constitucional, que exigiría dos tercios de los votos tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado. Si Javier Milei pretende escalar ese Everest político en plena tormenta, debe estar consciente de que sugerir una posible solución en forma de referéndum es cuando menos demagógico y electorero. Sin embargo, incluso organizar un referéndum de este tipo requeriría la aprobación del Congreso con el que su partido debe pactar en coaliciones que sólo le dan su apoyo en detrimento del Kirchnerismo.

Frente a estas limitaciones, parece plausible que Milei gire hacia la desregulación tan en vogue durante los 1980 en Washington, y los recortes del gasto como pasos iniciales para hacer realidad su visión política.


Sin embargo, es probable que estas medidas provoquen un malestar social considerable: Chile ardiendo en pandemia como prolegómeno del ascenso de Gabriel Boric a La Moneda son ecos perturbadores de un ayer y hoy en los cuales las izquierdas que se dicen democráticas no temen al empleo de la violencia organizada como instrumento de presión política, y Milei debe verse en ese espejo.


En lugar de una dolarización inmediata, Milei podría intentar reducir el déficit fiscal de Argentina, que actualmente ronda el 2% del PIB, y eliminar la burocracia burocrática para hacer que el país sea más atractivo para los inversores extranjeros. Las medidas que propone incluyen reducciones drásticas en el número de ministerios, detener la contratación de nuevos empleados estatales, pasar de pagos permanentes de asistencia social a beneficios de desempleo por tiempo limitado y levantar los subsidios a la electricidad, el gas natural y el transporte público. Si bien la mayoría de estas políticas pueden implementarse a través de decisiones ejecutivas, evitando la necesidad de apoyo legislativo, es probable que aviven las tensiones entre los millones de argentinos que dependen del estado de bienestar y los subsidios estatales que se retrotraen desde creado desde el Peronismo contra el que el electorado votó.


En este panorama volátil, las protestas y manifestaciones pueden convertirse en algo común, y la promesa de campaña de Milei de reprimir a los manifestantes podría conducir a enfrentamientos violentos. Un malestar social tan intenso, sumado a unos niveles de inflación vertiginosos, podría desestabilizar el gobierno de Milei y potencialmente desencadenar elecciones generales anticipadas, Argentina todavía recuerda el “corralito financiero” de la época de Fernando de la Rúa que pavimentó el camino a los Kirchner al poder apuntalados con los petrodólares venezolanos. A medida que Argentina se embarca en este nuevo capítulo bajo el liderazgo de Milei, hay mucho en juego y el camino a seguir está plagado de desafíos.


Las políticas se hacen dentro de sociedades de alta confianza


Durante aquella campaña presidencial de alto octanaje, marcada por controversias, comentarios ofensivos, jocosidad, provocación y disimulada demagogia revestida de populismo derechista, Javier Milei conmocionó a los cuarteles diplomáticos con sus audaces promesas de recalibrar las relaciones exteriores de Argentina.

Prometió congelar los lazos con China, criticando al Partido Comunista Chino, y lanza dardos al Brasil de Lula Da Silva, mientras buscaba hacerse querer por unos Estados Unidos que se debaten su futuro presidente y un Israel en llamas. Bajo la dirección de Milei, parece probable que los pasillos de la cancillería bonaerense se enfríen hacia Beijing y Brasilia, al menos diplomática y políticamente.


Sin embargo, la perspectiva de cortar por completo los lazos comerciales con estas naciones parece descabellada, dadas las realidades económicas. China y Brasil no son socios comerciales cualquiera: representan los dos principales destinos de exportación de Argentina. Es como morder la mano que le da de comer, un paso demasiado lejos incluso para la intrépida Milei.


En cambio, un escenario más plausible podría ver a Argentina presionando por una reforma radical del bloque comercial Mercosur, que cuenta con Brasil, Uruguay y Paraguay entre sus miembros. ¿El objetivo? Para liberarse de sus grilletes proteccionistas y dar paso a una nueva era de libre comercio. Una salida total del bloque, aunque dramática, es menos probable dadas las implicaciones económicas.


Otro BRIC en la pared



Una posible maniobra política podría ser la retirada de Argentina de su candidatura para unirse a los BRICS, un grupo que cuenta con China y Brasil como miembros, prevista para enero. Esta medida, aunque simbólica, tendría sólo modestas repercusiones inmediatas. Después de todo, los BRICS son principalmente un foro de discusión, con un impacto económico limitado. Sin embargo, enviaría un potente mensaje político, subrayando el compromiso de Milei de remodelar las alianzas internacionales de Argentina. Cuando Milei sube al escenario global, lo hace con una visión clara, aunque seguramente suscitará controversia y debate.


La singularidad occidental hizo grande a Argentina, la ética del gueto la destruyó


Tras haber estudiado al hombre y sus propuestas, consideremos, si se quiere, la figura de Javier Milei: un hombre marcado por su soledad, su agresividad y su impulsividad. Imagínelo al frente de la política exterior de Argentina, dirigiéndola con los mismos rasgos que han llegado a definirlo: una postura aislacionista y una fe inquebrantable en la mano invisible del mercado.


Comencemos reconociendo el papel fundamental que desempeña el sector agroindustrial en la economía argentina, un sector moldeado por los vestigios del sistema señorial europeo y un antiguo instinto indoeuropeo de propiedad de la tierra y persistencia grupal. Se trata de una narrativa tan antigua como la propia nación, que tiene sus raíces en los inmigrantes europeos y los conquistadores españoles que pisaron por primera vez suelo argentino y establecieron las " Estancias y las "Haciendas " con sus “gauchos”, vaqueros australes que cuidan y tienden amplias extensiones de tierras fértiles ideales para ganadería y cultivos.

Sin embargo, Milei, en una medida tan audaz como desconcertante, desea cortar los lazos comerciales con los principales socios comerciales de Argentina, poniendo fin a décadas de alineación política. La ausencia de racionalidad en su propuesta de política exterior delata una alarmante falta de previsión por parte de un autoproclamado libertario de derecha provida y pro-propiedad de armas. Es como si estuviera dispuesto a abrazar la autarquía económica que critica en la doctrina de Juan Domingo Perón, todo ello dentro del mismo territorio que Perón alguna vez gobernó: un país asediado por una corrupción profundamente arraigada, un amiguismo sindical y una burocracia nacida de un socialismo accidental.


Parece que Milei, solitario como siempre, desea un destino similar para la Argentina. Ofrece un rayo de esperanza, prometiendo desmantelar las barreras comerciales y atraer capital extranjero. ¿Pero es esto suficiente para contrarrestar las posibles consecuencias de sus reformas radicales?


La ideología de Milei está firmemente anclada en el Rothbardianismo, caracterizado por su apego a la Escuela Austriaca de Economía. Esta escuela de pensamiento enfatiza las implicaciones éticas y morales de las proposiciones económicas, y desde el propietarismo en contrapropuesta a los errores de los Austríacos proponen una "prueba de posibilidad" (una serie de elecciones racionales y pruebas de reciprocidad) para demostrar la viabilidad de reformas radicales.


Como economista, Milei conoce bien conceptos como los óptimos de Pareto y la ética izquierdista de extracción Rawlsiana. Sin embargo, los rechaza en favor de un espíritu liberal clásico, que ofrece soluciones dentro de un marco de limitaciones éticas. Este enfoque, si bien intelectualmente intrigante, plantea interrogantes sobre su viabilidad y sus posibles consecuencias para el futuro de Argentina.


No hay socios comerciales con realineamiento político.


Para comprender plenamente las laberínticas complejidades de la visión económica de Javier Milei para Argentina, primero hay que reconocer los formidables desafíos que enfrenta: las arcas vacías del Banco Central, un asombroso programa de deuda de 44 mil millones de dólares al Fondo Monetario Internacional y la espinosa cuestión de la moneda: El peso argentino está sujeto a draconianas medidas de control del tipo de cambio. Las ambiciones de Milei de realineamiento geopolítico no sólo son éticamente cuestionables sino también imprácticas, considerando la precaria situación financiera del país.


China, como socio comercial más importante de Argentina, es una pieza crucial en este rompecabezas económico. Con exportaciones valoradas en más de 7.000 millones de dólares (un aumento del 29% respecto de 2021), los vínculos de Argentina con China no se rompen fácilmente. También en términos ideológicos, parece poco probable que Milei cambie la situación. Su apoyo vocal al comercio de órganos –una práctica con la que el Partido Comunista Chino está muy familiarizado– sugiere una cierta alineación de valores. Si a esto le sumamos el hecho de que Argentina exportó 33.000 toneladas de litio a China en 2022, alimentando el apetito insaciable de las fábricas tecnológicas chinas, el panorama se vuelve aún más complejo.


La adhesión de Milei a los principios del libertarismo, inspirados por pensadores como Hoppe y Rothbard, plantea más preguntas. ¿Cómo puede un hombre que aplica mal la ética separatista entre Estados proporcionar el ámbito de propiedad necesario para los intercambios recíprocos y la formación racional de sistemas políticos voluntarios?

En su soledad y aislamiento, Milei parece imaginar la transformación de Argentina en algo parecido a la Isla de Crusoe: una entidad autónoma separada del mundo por un foso oceánico. Pero tal visión ignora las realidades de la profundamente arraigada cultura argentina de evasión fiscal y dependencia del Estado de bienestar.


Los errores de Mises y Rothbard en la privatización son advertencias a las intenciones de Milei


El impulso de Milei a favor de la privatización, tomado del manual de Rothbard, parece inadecuado para estas realidades. En una sociedad donde los bienes privados son consumidos por los propietarios y los bienes comunes impiden que todos los consuman, la transición de la propiedad pública a la privada está plagada de desafíos. La competencia en el mercado incentiva la producción de bienes privados, pero produce incentivos negativos en la construcción de bienes comunes debido a la aversión a las pérdidas.


La solución, entonces, no reside en la ética de Rothbard –que simplemente reemplaza el parasitismo estatal de bajos costos de transacción con un parasitismo universal de altos costos de transacción– sino más bien en aumentar los incentivos para la producción privada de bienes comunes como símbolo de estatus y monumento personal que puede transmitirse de generación en generación. Se trata de ampliar la escala de bienes comunes producidos por medios públicos, libres de privatización.


La visión de Milei para Argentina es grandiosa, pero también está plagada de contradicciones y puntos ciegos. Mientras navega por las traicioneras aguas de la reforma económica, haría bien en recordar que en el mundo real, la ideología debe dejar espacio al pragmatismo.


La cuestión de la moralidad, examinada a través del prisma de la propiedad de la tierra y el desarrollo del capital fijo, presenta un enigma fascinante. Nos sumerge en un intrincado tapiz de filosofías socioeconómicas, donde la libertad y la barbarie coexisten, y donde la ética de diferentes estructuras sociales se entrelaza en una compleja danza de dinámicas de poder.


El discurso de la libertad no pagará las cuentas: Nada cambiará con un aviso de curva


Consideremos a aquellos individuos que, por diversas razones, no pueden conseguir tierras o desarrollar capital fijo, ya sean sistemas de producción pesados como metales o instituciones formales para la resolución de disputas. Su incapacidad no se debe a una falta de deseo sino a una compleja interacción de factores socioeconómicos. ¿Los hace esto menos morales y merecedores de libertad? ¿O simplemente subraya el regreso a una forma de barbarie parcial, donde el poder es lo correcto y los poderosos dominan a los débiles?

Murray Rothbard, el economista libertario, nos ofrece una perspectiva única sobre esta cuestión. Plantea que la ética del comerciante ambulante, el gueto y el crimen organizado están intrínsecamente vinculadas. Se trata de sociedades marginales, que operan fuera de los límites de la moralidad convencional, pero que siguen su propio conjunto de reglas, su propio código de conducta. ¿No hay en esto una forma de libertad, aunque diferente de la norma?


En el otro extremo del espectro, encontramos la aristocracia, las familias extensas de guerreros, agricultores y comerciantes, aquellos que hicieron de Argentina una potencia agroindustrial. Representan la sociedad de alta confianza, donde la ética se basa en valores comunitarios y responsabilidades compartidas. Crean la libertad como institución tanto formal como informal, dando forma a las normas y expectativas sociales. Es una forma de libertad diferente a la visión de Rothbard, una forma impregnada de tradición y jerarquía, pero libertad, al fin y al cabo.


Así pues, nos encontramos navegando por las traicioneras aguas de la moralidad, atrapados entre la espada del libertarianismo de Rothbard y la filo de la espada de la ética aristocrática. La moralidad de quienes no pueden aliarse para poseer tierras y desarrollar capital fijo no es menor ni disminuida; es simplemente diferente, moldeado por sus circunstancias y el mundo que habitan.


En esta compleja danza de dinámicas de poder, la libertad adopta diferentes formas, cada una tan legítima como la otra. La ética del comerciante ambulante coexiste con la del aristócrata, y cada una desempeña su papel en el gran tapiz de la filosofía socioeconómica. Es una danza tan antigua como el tiempo mismo y que seguirá evolucionando a medida que viajamos hacia el futuro.


Javier Milei, con su apetito voraz por las obras de Ludwig von Mises, parece haber tropezado con un atolladero filosófico. En su fervor por los precios de las materias primas y la mecánica del mercado, parece haber pasado por alto el principio fundamental de la filosofía de Mises: la acción humana. También Rothbard, en su extensión de las teorías de Mises, se desvió hacia un territorio inexplorado al apelar a lo que puede percibirse como una ética de gueto depredadora como una estrategia evolutiva grupal.


Sin embargo, es Milei, con sus anteojeras ideológicas firmemente puestas, se encuentra en una situación precaria y no logra comprender el daño inherente que surge de defender sociedades con poca confianza, aquellas cuyas estrategias dependen de la reproducción eugenésica, el hiperetnocentrismo, la agresividad psicológica y la expansión de la riqueza dentro de un grupo muy unido. ¿Las consecuencias? Un sector privado parásito que se aprovecha de la infraestructura pública, un fenómeno que ya está muy extendido en Argentina.


La privatización no es una panacea


La obsesión de Milei por privatizar YPF, la petrolera estatal, es un testimonio de este enfoque defectuoso. Este celo por la privatización sugiere un patrón inquietante: uno que emplea un lenguaje temporal para tejer una narrativa seductora de riesgos morales, una narrativa que en última instancia beneficia a unos pocos elegidos a expensas de muchos.

La adopción de tales prácticas en el programa de Milei indica un descuido flagrante: el descuido de los fundamentos metafísicos de las teorías de Mises y Rothbard. Incluso Karl Marx, a pesar de su divergencia ideológica, se enfrentó a estos mismos dilemas metafísicos. Todos desarrollaron estrategias que, aunque defectuosas, estaban arraigadas en su herencia cultural y los supuestos que ésta engendró.


En su búsqueda de una reforma económica, Milei haría bien en recordar que el camino hacia la prosperidad no está pavimentado con ganancias a corto plazo para unos pocos privilegiados. Requiere una comprensión profunda de la intrincada interacción entre la economía, la sociedad y la acción humana, una lección que parece eludirlo en su trayectoria actual.


En el laberíntico mundo de la política argentina, donde los espectros de la corrupción y el amiguismo sindical cobran gran importancia, el ascenso de Javier Milei es nada menos que una hazaña hercúlea. Para sortear este atolladero, debe desplegar un arsenal de medidas que abarquen la simetría del conocimiento, la prueba de tales simetrías y una prohibición firme de las transferencias externas involuntarias. Sin embargo, la tarea sigue siendo tan compleja como desalentadora.


Los seres humanos, en su infinita complejidad, a menudo luchan con la racionalidad. Sin embargo, poseemos una asombrosa capacidad para discernir patrones morales y señales de estatus. Respondemos instintivamente a estos patrones, experimentando una ráfaga de reacciones morales positivas y negativas. Incluso si no podemos separar y articular analíticamente estos instintos, guían nuestras acciones y decisiones, a menudo de maneras que no comprendemos completamente.


Las recientes elecciones argentinas son un testimonio de este fenómeno. El electorado no acudió a las urnas para respaldar a Milei per se, sino para expresar su descontento con sus predecesores. Fue menos un voto a favor del cambio y más un castigo al pasado: un rechazo simbólico a la política de la vieja guardia.


Esta intrincada danza de política y psicología nos lleva a una encrucijada intrigante: la intersección de la praxeología pseudocientífica y la ética de la argumentación de Hoppe. Si bien estas teorías ofrecen información valiosa sobre el comportamiento humano y pueden resultar útiles para Milei, son esencialmente descriptivas. No fueron concebidos casualmente ni son universalmente aplicables, especialmente en un país como Argentina, impregnado de valores, moral, costumbres, tradiciones y actitudes únicos.


Al final, el viaje político de Milei es una clase magistral sobre cómo navegar por las traicioneras aguas de la política argentina. El desafío no radica sólo en comprender las teorías defectuosas y fallidas de Mises, Rothbard y Hoppe, sino en adaptarlas al tejido cultural único de Argentina, una tierra donde la política, la tradición y la cultura se entrelazan en un intrincado tapiz de dinámicas de poder: ¿Puede un hombre solitario e inestable solucionar los problemas de un país —también—inestable con teorías que aún no han demostrado ser exitosas mientras las propagan desde grupos de expertos y centros de estudios enfocados en el desarrollo y perpetuación de estrategias evolutivas grupales?




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